El Monasterio de estilo gótico, se fundó en 1480 con el favor del tesorero de los Reyes Católicos, Hernán Núñez de Arnalte, quien otorgó poder a favor de su esposa, María Dávila, y de fray Tomás de Torquemada para que actuasen en su nombre para la fundación de un convento de dominicos en Ávila en honor de Santo Tomás de Aquino.
En 1482, bajo la dirección de Martín de Solórzano comenzaron las obras, que duraron hasta 1493, con donativos dispuestos por Don Hernán, y otros otorgados por los Reyes Católicos, quienes eligieron el nuevo convento para residencia de verano y enterramiento del heredero de la corona, en el sepulcro realizado años después (1510) por Domenico Fancelli, por encargo de Fernando el Católico.
La fachada de la iglesia se distingue por su inmensa portada dibujada por un gran arco escarzano y dos manchones. Estos forman una "H", letra inicial de Hispanidad. Las bolas que corren a lo largo de los manchones abundan en todo el edificio. Además, podemos ver diez estatuas del arte burgalés de Gil de Siloé y Diego de la Cruz, bajo doseles y pináculos. Las más cercanas a la puerta representan la Anunciación. En la mitad de la fachada se sitúa un gran rosetón que da luz al coro y la iglesia y un poco más arriba, el escudo de los Reyes Católicos sostenido por un águila.
El Monasterio también fue empleado como tribunal de la Inquisición. Sus estancias albergaron los últimos años de fray Tomás de Torquemada, hasta su fallecimiento ocurrido el 16 de septiembre de 1498. También fue casa de estudio y posteriormente universidad.
Una vez accedes a su interior, no deja de sorprender el coro, por su gran tamaño y su magnífica sillería. Ésta se compone de cuarenta y cinco sillas en la parte superior y treinta y cuatro en la parte inferior. Este conjunto de sillas en nogal es de estilo gótico flamígero.
Fue realizado por Martín Sánchez de Valladolid, quién realizó también la sillería de la Cartuja de Miraflores en Burgos (donde se encuentran los sepulcros de los reyes Juan II e Isabel de Portugal, padres de Isabel La Católica, así como también el sepulcro de su hermano el infante Alfonso de Castilla).
Todos los tableros de los respaldos están cubiertos de trazados geométricos y de figuras de plantas o animales fantásticos, pero con tal variedad que no hay dos iguales. El símbolo de los Reyes Católicos, el yugo y las flechas, está también muy representado, además de la granada.
La nave principal tiene unas medidas de 53 metros de largo por 10,50 de ancho y el crucero mide 28,80 metros de largo por 10,30 de ancho. Es pues una joya de la arquitectura flamígera. El crucero, delimitado por cuatro columnas, semejando ramas de palmera, forma un joyero para el sepulcro del Infante Don Juan.
El retablo mayor, realizado por Pedro Berruguete (1440-1504), es la obra más importante de la iglesia junto con el sepulcro del Infante Don Juan. Es una de las joyas de Pedro Berruguete, que realizó también una parte del retablo mayor de la Catedral de Ávila. Fue empezado en 1494, un año después del final de la construcción del monasterio. Diecinueve pinturas están colocadas en esta magnífica obra de estilo gótico de 21 metros de alto. El retablo está estructurado en tres partes, que contienen cinco grandes tablas relativas a diversos episodios de la vida de Santo Tomás de Aquino, todas de una calidad excepcional.
En las ocho capillas podemos encontrar esculturas como el sepulcro de los Dávila, que fueron los encargados por los Reyes Católicos del cuidado y educación del Príncipe Don Juan. Aunque destaca sobremanera la Capilla del Cristo de las Angustias o de la Agonía, donde se encuentra el confesionario de Santa Teresa, y donde se relata que ella tuvo una visión el 15 de agosto de 1561.
Especial mención también a la capilla donde se representan a Domingo de Guzmán y Francisco de Asís, atribuido al escultor e imaginero vallisoletano Luis Salvador Carmona (1709-1767), autor entre otros de la imágen de Nuestro padre Jesús Nazareno de Estepa, del cual ya hablé en artículos anteriores de este blog.
Sepulcro del Infante Don Juan. Es obra de Doménico di Alessandro Fancelli. Fue esculpido en Génova en los años 1511-1512 y luego colocado en la iglesia del monasterio. Doménico Fancelli se inspiró en el sepulcro de los Reyes Católicos (capilla real de Granada) y en el arte italiano (bronce del Papa Sixto IV en el Vaticano, realizado por Pollaiuolo).
El príncipe, vestido de guerrero, reposa con actitud serena y muestra unos rasgos jóvenes y bellos. Los pliegues del manto son de una gran perfección. A los pies una inscripción recuerda las cualidades del príncipe y lamenta su muerte prematura. El sepulcro está adornado con virtudes, alegorías y santos. Varios de los magníficos relieves fueron mutilados durante la guerra de la independencia en 1809. Además hay unos guanteletes a los lados del infante, lo que indica que no murió en batalla.
Pero merece la pena ahondar un momento en la historia del Príncipe Don Juan. Como ya he indicado, se trataba del único hijo varón de los Reyes Católicos, y que falleció prematuramente antes de llegar al trono. Su madre quiso dejar en su testamento un sarcófago de mármol para su hijo.
Nacido en Sevilla, el 30 de junio de 1478, durante una estancia de los Reyes Católicos en los Reales Alcázares de Sevilla, mientras preparaban una de las fases de la Guerra de Granada. El propio rey Fernando, que se encontraba en esos momentos sitiando la fortaleza de Castronuño, abandonó su labor militar para conocer a su heredero.
Los Reyes Católicos dispusieron para su hijo una educación completa, muy del gusto humanista de la época, tan versada en las letras como en las armas.
La privilegiada situación de don Juan de Aragón y Castilla en la descendencia regia hizo que, desde su nacimiento, los planes políticos de los Reyes Católicos tuviesen especial consideración hacia su figura. Así, en el marco de las castellanas Cortes de Toledo (1480), fue investido con el título de Príncipe de Asturias, para legitimar su posición de heredero del reino castellano; poco tiempo más tarde, Fernando el Católico consiguió que don Juan fuera jurado como heredero de Aragón por los estamentos reunidos en las Cortes de Tarazona (1484).
Y llegó el día de su boda real. Con casi 19 años se casó en abril de 1497 en la catedral de Burgos con la archiduquesa Margarita de Austria, hija del rey de romanos Maximiliano I de Habsburgo y de la duquesa María de Borgoña, pero de este matrimonio solamente nació una hija que murió en el parto.
Después de las bodas, los recién casados partieron hacia la corte principesca de Almazán, donde pasaron la primavera. Poco más tarde, el matrimonio y su séquito se trasladaron a Medina del Campo para pasar el verano, donde el príncipe Juan enfermó de viruela, lo que obligó a guardar reposo a la comitiva hasta septiembre. Aprovechando una ligera mejoría en la salud del príncipe, la corte se trasladó hacia Salamanca, donde la ciudad les obsequió con unas magníficas fiestas, celebradas en el palacio de Fray Diego de Deza. Sin embargo, a los pocos días, el príncipe Juan sufrió un ataque acompañado de violentas fiebres de las que nunca se recuperaría, y que a la postre fueron la causa de su fallecimiento, el 4 de octubre de 1497, seis meses después de la boda con la princesa Margarita.
Fue inicialmente sepultado en la capilla mayor de la catedral de Salamanca, aunque posteriormente los Reyes Católicos ordenaron el traslado del cadáver al actual monasterio; fue tal la desgracia del fallecimiento del príncipe que el luto oficial duró cuarenta días.
Desde hace años se sabe que el sepulcro está vacío. Los restos del principe desaparecieron en algún saqueo de guerra.
El epitafio del sepulcro dice lo siguiente:
Juan, Príncipe de las Españas, de virtudes y ciencia lleno, verdadero cristiano, muy amado de sus padres y de su patria, en pocos años realizó muchas obras buenas con prudencia y virtud. Descansa en este túmulo mandado hacer por su óptimo y piadoso padre Fernando, rey invicto y defensor de la Iglesia. Su madre, la Reina Isabel, purísima y depósito de todas las virtudes, mandó por testamento se hiciese tal. Vivió diez y nueve años y murio en 1497.
Por último, también cabe destacar los tres claustros que conserva el Real Monasterio:
Claustro del Noviciado. De estilo toscano, es el primero y más antiguo de los tres claustros. Sus pequeñas dimensiones (12,70 x 14,40 metros) y su falta de ornamentación le da una gran sobriedad. Tiene dos pisos desiguales, en granito, de 20 arcos y 20 columnas sin basamento y de sección octogonal, mientras que en el piso superior, los arcos son escarzano y de amplias circunferencias.
El detalle mas original de este claustro es el pozo, que en lugar de estar en el centro del patio, se encuentra en un lateral.
Claustro del Silencio. Llamado también de los Difuntos porque los frailes eran antes enterrados aquí. Tiene unas medidas de 19,40 por 20,90 metros y tiene dos plantas. Consta de 18 arcos, con dos puertas de acceso en su parte interior, y de 38 arcos polilobulados en su parte superior.
Destaca la bóveda de crucería, claramente de estilo gótico. Los adornos que decoran la bóveda son casi en su totalidad de 1935. Los capiteles que ornamentan la parte inferior del claustro y que sostienen las pilastras son distintos. Los muros del interior permiten contemplar un total de siete puertas que comunican con distintas dependencias, todas ellas con arcos y estructuras diferentes. El claustro cuenta también con un rincón recoleto donde los religiosos de lavaban las manos antes de pasar al refectorio.
Arriba, en el exterior del claustro, los lienzos que se ven están ornamentados a base de yugos y flechas (símbolos de los Reyes Católicos), del escudo de los dominicos y de la flor de lis. Las ataduras de los yugos y las flechas, así como los ramilletes de flores, son todos distintos. Por un friso corren ramas de granadas semiabiertas.
Claustro de los Reyes. Se llama así porque era la zona destinada al Palacio de Verano de los Reyes Católicos. Es muy amplio y luminoso. Lo forman 40 arcos por su parte inferior y 56 en la superior. Al lado del Claustro del Silencio, carece casi de ornamentación, a no ser las bolas que rodean los arcos inferiores, algo propio, por otra parte, de monumentos abulenses. De ahí su nombre: Perlado abulense.
Y así dimos por finalizada nuestra visita a este insigne lugar cargado de historia (todas las fotos aquí publicadas están realizadas por nosotros).