San Juan de los Reyes se convierte así en un edificio de gran valor simbólico para Isabel y Fernando que lo eligen inicialmente como panteón regio. Posteriormente fue cedido a los franciscanos.
Sin duda, el carácter regio de San Juan de los Reyes se aprecia no sólo en la calidad artística (quizás la mejor obra del llamado gótico isabelino) sino también en su grandilocuencia propagandística.
La construcción del templo fue encargada al arquitecto Juan Guas y al escultor flamenco Egas Cueman, que tuvo intervención decisiva en la decoración.
La amplia iglesia tiene nave única y capillas entre los contrafuertes y coro elevado a los pies. Las bóvedas presentan múltiples nervios. El transepto no sobresale en planta. Presenta una torre cimborrio de planta poligonal. Tanto en los muros interiores como exteriores muestra numerosos motivos heráldicos entre los que destacan escudo de los Reyes Católicos, así como el águila de San Juan y una franja epigráfica con un texto conmemorativo. Este templo se finalizó en 1495.
En este contexto propagandístico, el Monasterio de San Juan de Reyes se ha hecho célebre por la exposición en sus muros externos de cadenas que simbolizan la liberación de cautivos cristianos en algunas ciudades andaluzas durante la Guerra de Granada.
Si la iglesia del Monasterio de San Juan de los Reyes es importante, su claustro ha de considerarse como excelente. Tiene dos pisos.
El inferior presenta arcos apuntados con tracería de purismo gótico. El superior lleva arcos mixtilíneos. La cubierta del claustro es de madera con artesonado mudéjar muy decorada con motivos geométrico.
La labra de los conjuntos escultóricos que salpican las galerías del claustro bajo son exquisitas. Junto con grandes estatuas adosadas a los muros y pilares de las galerías, se desarrolla todo un programa de filigrana en decoración vegetal y zoomorfica que puede pasar desapercibida por la exhuberancia del conjunto.
Hay que detenerse a contemplarla para hacerse una idea de la minuciosidad con la que trabajaron el conjunto de escultores.
Por efectos de la guerra de la Independencia (1808) y de la posterior desamortización y exclaustración (1836), tanto el monasterio como la iglesia y claustros se vieron lastimosamente danados en parte ruinosos, por lo que en 1883 se inició la obra de restauración a cargo de los arquitectos Arturo Melida y Cecilio Bejar. La Academia de Bellas Artes y más tarde, después de la Guerra Civil, la Dirección General de Regiones Devastadas, consiguieron su terminación, siendo su último impulsor Moreno Torres. Se entregó el monumento a la Orden Franciscana en 1954 y la iglesia se abrió al culto en 1967.
Recordando que el templo estaba destinado para panteón de los Reyes y, por consiguiente, que los túmulos habían de ser colocados en el centro mismo de la iglesia, bajo la estrella del alto cimborrio y el cruce mismo de las naves, no puede sorprendernos que su autor haya reservado lo mejor de la decoración para este lugar que llamamos Crucero.
En la decoración repetitiva de los temas sobresale, en primer lugar, la de los escudos reales, agarrados y sostenidos por águilas y leones, seis a la derecha, seis a la izquierda, doce en total, como si de un apostolado se tratase. Las águilas están nimbadas en sus cabezas rítmicas por halos de santidad, en expresió del águila de Patmos, a quien el monumento está dedicado y que los Reyes hicieron suya junto al escudo monárquico.
En cuanto al retablo del presbiterio, el original desapareció víctima de la guerra napoleónica. El actual proviene, desde el siglo pasado, del Hospital de Santa Cruz de Toledo, fundado por don Pedro González de Mendoza, Cardenal de la Santa Cruz de Jerusalén. Su autor es Francisco de Coomontes, entallador y pintor, según consta en el contrato: "el dicho retablo a de hazer, ansí la talla como la obra de pinzel".
Las pinturas son alusivas a la historia de la invención de la Cruz por Santa Elena; a los pasos de la pasión, Caida y Descendimiento, el autor añade la del longevo padre de Judas Iscariote, encontrando para Santa Elena las tres cruces del Gólgota; asímismo, a la derecha, la de la milagrosa resurrección de un muerto al contacto de la verdadera cruz de Cristo, milagro que permitió identificarla de entre las de los otros crucificados ladrones. En las calles laterales van pinturas que representan la flagelación, el "Ecce Homo", la Resurrección y la Bajada al Limbo. En su parte inferior, santos Doctores al centro, y Profetas del Antiguo Testamento en sus ángulos, ataviados a la usanza del tiempo. En la calle central, de arriba a abajo, un Calvario con María y Juan evangelista; una talla de San Juan, obra actual de Félix Granda, que sustituye a un conjunto con Santa Elena y la Cruz, acompañada por San Pedro y el Cardenal, orante; un relieve con la Virgen y el Niño; en lugar del original sagrario, desaparecido, un precioso retablito plateresco con la imagen de San Francisco de Asis, de la escuela de José de Mora. En las entrecalles, un apostolado pintado al óleo, con profusión de cruces de Jerusalén, armas del Cardenal, signos de la Pasión y medallones decorativos.
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