Durante las vacaciones de Agosto 2019 tuvimos la ocasión de hacer un recorrido en el Tren Minero de Riotinto, siendo ésta la experiencia más demandada del conjunto del Parque Minero de la zona y que ha recuperado parte del trazado original de la vía que desde 1875 conectaba las minas con el Puerto de Huelva. Sin duda una red ferroviaria compleja, jalonada de numerosas estaciones, y que transportaba miles de trabajadores de las localidades vecinas hasta los tajos de trabajo en las minas y que movió millones de toneladas de mineral.
Se trata de un ferrocarril con tracción Diesel y con vagones de madera reconstruidos a partir de los planos del siglo XIX, donde se atraviesan paisajes insólitos transformados por la mano del hombre durante 150 años de actividad minera, acompañando el trazado del Río Tinto y su ecosistema único (ruta de 22 kms. ida y vuelta).
Pero conozcamos un poco más de la Historia de éste apasionante lugar:
La Cuenca Minera de Riotinto fue testigo del poder imperial británico y a su vez, víctima de la complicidad del Estado español. La gran riqueza mineral existente ha sido de sobra conocida por todos los pueblos que a lo largo de la Historia han transitado por su valles y colinas. Pero no fue hasta la llegada de los romanos cuando se dio una auténtica explotación de sus recursos minerales. Introdujeron las galerías subterráneas y las norias para el drenaje de las minas, también el trabajo de esclavos y niños. Fueron ellos los que arrojaron millones de toneladas de escoria, una monstruosa y negra montaña de piedra fundida y que hoy en día sigue imponiendo su voluntad sobre el paisaje.
Después del Imperio romano, la zona cayó en un profundo letargo. En 1556, Felipe II intentó volver a explotarlas para costear parte de las guerras del Imperio, pero finalmente se consideró inviable. En 1725, durante el reinado absolutista de Felipe V, el sueco Liebert Wolters Vonsiohielm, quien había sido combatiente en la Guerra de Sucesión, alquiló las minas al gobierno para su explotación durante varios años, hasta que en 1783 vuelven a ser propiedad del Estado, siendo gestionadas por la Real Hacienda por orden de Carlos III. En 1810 fueron de nuevo cerradas debido a la Guerra de la Independencia. En 1828 son arrendadas al catalán D. Gaspar de Remisa hasta 1849, siendo este el primero en implementar las "teleras" en esta región, nombre que recibían las monstruosas pilas donde se calcinaba el mineral para la extracción del cobre. De 11x6,5 metros de base y más de 1 metro de altura, fueron la auténtica puerta del infierno, 4.000 quintales de mineral sobre 1.125 arrobas de leña, que se mantenían en combustión durante 6 meses.
Se quemaban 907 toneladas de piritas diarias, lo que provocaba la liberación de 272 toneladas de azufre en forma de anhídrido sulfuroso a la atmósfera (también con graves consecuencias para la salud de los trabajadores y de la población de la zona). Estas calcinaciones al aire libre provocaron la brutal deforestación del entorno para obtener leña, además de la introducción de otras especies de crecimiento rápido como los eucaliptos.
Es en 1869 cuando el Estado considera que mantener las minas es totalmente insostenible y que la única solución es venderlas. Una comisión valora las propiedades mineras, sus infraestructuras y terrenos en 104 millones de pesetas y el 11 de mayo de 1871 se anuncia su venta. Hay pocas ofertas y la mayor la da un grupo empresarial encabezado por el escocés Mr. Hugh Mathenson. Este visitó España, junto al ingeniero George Bruce, para evaluar la construcción de un ferrocarril que uniese las minas con el mar.
Mr. Hugh Matheson creó un consorcio con varias empresas inglesas mayoritariamente, así el capital inglés lanzaría su largo brazo imperial ávido de recursos naturales tras el desgaste nacional resultante de la Revolución Industrial.
Las minas de Rio Tinto, fueron vendidas finalmente por el precio de 93 millones de pesetas, menor que el valor tasado. Además, el nuevo propietario contó con grandes privilegios: capacidad de expropiar todos los suelos necesarios para la construcción del ferrocarril, así como gozar de la propiedad absoluta a perpetuidad de todo el terreno adquirido y de las construcciones que sobre él se hallasen.
El 29 de febrero de 1873 se registró en Londres la Riotinto Company Limited, empresa que se transformaría en la más poderosa del país. Los objetivos de "La Compañía" estaban claros: extraer todo el mineral de la cuenca y transportarlo hasta Inglaterra. Es por ello por lo que se convirtió en la mayor mina a cielo abierto del mundo en su tiempo.
En solo 25 meses construyeron el que sería el ferrocarril de vía estrecha más importante del mundo entre fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX. Se levantaron 84 kms de vías de tren que unían las minas con el mar, 8 puentes, 5 túneles y 12 estaciones. Y todo esto se hizo 3 meses antes de lo previsto y con un coste inferior al presupuestado, en total 767.190 libras esterlinas.
Sin embargo, la inmensidad de estas minas iría mucho más allá, porque también se construyeron 264 kms. de ramales de vías que servían de unión entre los talleres, los almacenes, los tajos, las distintas poblaciones y los poblados mineros. Se usaron 147 locomotoras de vapor, 9 locomotoras diésel hidráulicas, 6 automotores de tipos diversos, 21 locomotoras eléctricas de varias clases y 1 locomotora de aíre comprimido. Y también 1.300 vagones, 200 vagonetas y 36 coches de viajeros. El objetivo estaba bien claro: extraer todo el mineral posible.
Aunque pueda parecer que en tales condiciones no sea posible la vida, estas aguas acogen una gran diversidad de microorganismos, adaptados a hábitats extremos (muchos de ellos sin catalogar) que se alimentan solo de minerales. Tanto es así, que el lugar es estudiado por la agencia espacial norteamericana NASA para conocer estas formas de vida, debido a la probable similitud entre sus condiciones ambientales y las que podrían darse en el planeta Marte.
Fotos tomadas en nuestra visita en 08/2019.
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